Cuatro de agosto y los resabios de un estallido

Por Rocío Venegas.

El cuatro de agosto del año pasado, los ojos estaban puestos en el movimiento estudiantil. Desde el día anterior se estaba viendo un mano a mano entre los dirigentes estudiantiles y las autoridades del gobierno, que no estaban dispuestos a autorizar una marcha para ese día.

Los noticieros, que durante todos los meses de movilización se habían dedicado a mostrar a los estudiantes como vándalos, mostraban a sus periodistas transmitiendo sin ocultar su impresión frente a la actitud de carabineros, que atacaban violentamente a todos los estudiantes que esa mañana no lograron siquiera pisar la Alameda.
La vocera de la Federación Metropolitana de Estudiantes Secundarios, Paloma Muñoz, declaró su tristeza al tener que decirle a los apoderados de los jóvenes movilizados que sus hijos “han sido apaleados, que los han maltratado, que están con contusiones en las comisarías. Yo me he comunicado con compañeros que han caído detenidos y están con fracturas, están lesionados”.

A medida que avanzaba la tarde, Camila Vallejo, presidenta de la Fech, aseguró que la convocatoria seguía en pie, y se refirió al violento actuar de Carabineros, lamentando que el país además de mostrar una crisis educacional también mostrará una débil democracia.

El Decreto Supremo N°1086 fue el que amparó la prohibición del gobierno. Dicho decreto, dictado por Pinochet el año ’83. Esa herencia de la dictadura militar fue la que marcó la pauta ese día en que hasta la Plaza de Armas estaba cercada por los carabineros.

Ese día, el total de detenidos en la capital fue de 874.

La cacerola

Camila Vallejo convocó esa noche a un caceroleo masivo en repudio a la opresión policial sobre los estudiantes. Los vecinos de Plaza Italia, principales testigos de la cruenta y desigual batalla que se expandía por las callecitas en las inmediaciones de la Fech, comenzaron mucho antes, demostrando su impotencia golpeando con rabia ollas y mirando por la ventana como le sacaban la cresta a quienes podrían haber sido sus hijos.

El sonido atronador de las cacerolas se extendió por las calles del país. Desde todas las esquinas de Santiago brotaban caceroleos, en los que la familia entera se hacía presente por primera vez, haciendo tangible la transversalidad de las demandas y de la desmedida violencia que ese día todos sufrieron. No sólo los estudiantes que no lograron marchar respiraron lacrimógenas esa noche, pues las pacificas protestas familiares también fueron reprimidas con una violencia inusitada.

Camila Vallejo esa misma noche emplazó al Ministerio del Interior por esta “nueva forma de gobernar” como gustaban llamarse a sí mismos en periodo de campaña: “parece una forma muy añeja,  dictatorial, que se repite con los mismos que fueron autores y protagonistas de esos hechos de represión”.

“La gente lo vio, un paco lo mató”

El 4 de agosto comenzó una ola de violencia que no se ha detenido. Luego de esa oscura jornada, ocurrió uno de los hechos más nefastos del movilizado 2011: la muerte de Manuel Gutiérrez

Reinoso, joven de 16 años baleado en la madrugada del 25 de agosto, mientras observaba unas barricadas con su hermano Gerson, en la comuna de Macul.

La familia extendó un comunicado en el que se pide cárcel para Millacura, el cabo que lo asesinó y que se encuentra en libertad mientras se desarrolla el proceso. Además, se recalcó la responsabilidad del Ministerio del Interior, concretamente de Rodrigo Hinzpeter, y se enfatizó en la necesidad de una reforma en el sistema de justicia militar, para que cuando un uniformado atente contra un civil, sea juzgado por la justicia común.

El 4 de agosto marcó un hito, pues la sociedad puso el grito en el cielo ante la violencia policial, sin embargo Hinzpteter sigue ahí, inamovible y dispuesto a seguir reprimiendo.
Con la muerte de Manuel Gutiérrez debería pasar lo mismo, sin embargo la marcha ayer en la Alameda no congregó a más de cien personas, y la velatón en Plaza Ñuñoa no más de 30. Gerson Gutierrez, hermano de Manuel declaró ayer que creía que la lentitud de la justicia se debía a su clase social. Lo mismo declaró su madre el día en que Millacura salió de la prisión preventiva.

El asesinato de Manuel es la consolidación de la violencia desatada. Esa sensación que volcó a familias enteras a las calles, la que apretaba el estómago de las madres que veían en las noticias como los escolares eran apaleados por la fuerza pública, y que eso les podría estar pasando a sus hijos debería repetirse el 25 de cada mes, pues como dijo el Comité por la Justicia Manuel Gutiérrez Reinoso es obligación de cada padre y madre que esto no quede impune.

Mientras tanto, el gobierno sigue ignorando las demandas estudiantiles y la justicia sigue sin merecerse ese nombre, porque el asesino de ese niño que esa noche sólo salió a mirar, camina más libre que cualquier estudiante por las calles.

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